José Gregorio Aguilar / TN
Hace muchos años, un escéptico de la Navidad viajó hasta Belén con la esperanza de encontrar a Jesús de Nazareth, aquel que, según la tradición cristiana, nació en un humilde pesebre. Buscaba respuestas en templos y monumentos, pero terminó descubriendo que la verdadera Navidad se revela en los gestos sencillos de compasión.
Hoy, más de treinta años después, un nuevo escéptico recorre las calles de ciudad Victoria. No busca al Jesús de los vitrales ni de las procesiones solemnes, sino al Jesús que sana enfermos, acompaña al desamparado y se hace presente en cada acto de solidaridad. Ese Belén no está lejos: se enciende en los barrios humildes, en los hospitales, en las casas que comparten lo poco que tienen.
En un barrio humilde conocí a un hombre que, desde hace más de diez años, cuida con paciencia y amor a un enfermo postrado. Su vida entera se ha convertido en un acto de servicio silencioso, sin aplausos ni reconocimientos, pero con una fuerza que ilumina más que cualquier árbol navideño.
Seguí mi camino y llegué a un hospital. Entre pasillos fríos y salas de espera interminables, descubrí a un grupo de personas que, llueva o truene, reparten alimentos a los familiares de los pacientes. No aparecen en titulares ni en redes sociales, pero cada plato de comida que entregan es un recordatorio de que la Navidad también se sirve en bandejas de solidaridad.
“Mi esposo y yo nos hemos dado cuenta de la necesidad que hay en un hospital y de lo mucho que podemos hacer, y empezamos a llevar alimentos a las personas siempre con la finalidad de mostrar el amor de Dios”, manifestó una señora, que prefirió omitir su identidad.
Ya cansado de buscar a Jesús en templos y celebraciones, llegué por último a una vivienda humilde. Allí, una familia abre sus puertas cada diciembre para compartir lo poco que tiene con vecinos en necesidad. No hay luces ni regalos costosos, pero sí un calor humano que convierte esa casa en un Belén contemporáneo.
“Para mí, es un gusto abrir las puertas de mi casa para mis amigos, famiiares y hasta para el extraño. Mi esposo y yo compartimos ese mismo sentimiento y creemos firmemente en nuestro señor Jesús y sus enseñanzas, y estoy convencida de que Dios te multiplica todo lo bueno que tú haces, por eso es una bendición compartir mi casa y aunque sean frijolitos y una salsita pero compartimos con gusto”, así se expresó la señora Nancy Juana.
Pero yo, de esta forma, comprendí que la Navidad, ese Jesús divino del que nos hablan cada día, no se encuentra en las fiestas ni en los intercambios de regalos. Está en los gestos sencillos de quienes visitan enfermos, alimentan al hambriento y acompañan al desamparado. Como lo hizo Madre Teresa de Calcuta, la Navidad se revela en la compasión cotidiana, en la humanidad que no presume pero transforma.
Al final comprendí que Belén no es un lugar distante, es cada acto de compasión que nos recuerda que Jesús vive en el prójimo. Y esa certeza, más allá de la fe o la duda, es la que mantiene viva la magia de la Navidad.

