‘En carrera, yo soy sus piernas’

Excélsior/TodoNoticias

CIUDAD DE MÉXICO.- Seis maratones. Para José Manuel Roás, padre de Pablo, ha sido una historia increíble. Si alguien le hubiera dicho antes que podía compartir algo con su hijo, con parálisis cerebral, habría pensado que era mentira. Cuando Pablo nació, sus posibilidades de vida eran mínimas. O bien se buscaba una solución, o en cualquier momento se moría. Teniendo claras las pruebas médicas que se les practicaron al niño, José Manuel y su esposa Maite asumieron que tendría una discapacidad. No grande, sino más que eso. El mundo entonces se les vino encima.

Yo estaba aterrado”, comparte José Manuel, de España. “Era como ver levantarse muros infranqueables, frente a los que no había nada que proponerse”. Pero sí lo hubo. Porque, con el tiempo, padre e hijo se hicieron mejores juntos, corriendo siempre uno detrás del otro, sin que valiera lo demás.

Desde pequeño, a Pablo le gustaba estar en la calle. Una vez, de vacaciones por la playa, se dio la circunstancia de que José Manuel saliera a correr. Maite le preguntó entonces: ‘¿Por qué no te lo llevas contigo?’. Y ahí empezó todo, con el pequeño sentado en su silla de ruedas y su padre llevándolo a distancias cada vez mayores.

La primera vez, Pablo no se movía. Si no hubiera estado a gusto, se habría dejado caer del asiento. Empecé a cantarle, a reír con él, y en el verano era mucho más frecuente hacerlo”. Con el tiempo, surgió la idea de ver qué pasaba con su hijo en una carrera, sin prever cómo iba a reaccionar.

Comenzaron corriendo 21 kilómetros, en los que Pablo lo acompañaba sólo por partes, y luego llegó el primer maratón. José Manuel ya había sumado varios. No obstante, eran varias las dificultades para hacerlo juntos: principalmente la logística, el cómo abrigar y resolver los inconvenientes del pequeño.

Pablo requiere muchos cuidados. Llevé herramientas, por si sucedía alguna eventualidad con la silla de ruedas, pañales, toallitas, pañuelos que usamos como babero. Tuve que cambiarlo justo antes de salir, para que aguantara. Derrocha mucha energía, pero no le gusta beber y se va deshidratando. No tiene control. Entonces, cuando llega a la meta, lo hace igual o más cansado que yo”.

En lo que más insiste José Manuel es en la postura en el carro, pues si Pablo pierde la posición, se fastidia. “En carrera, yo soy sus piernas. Si vemos un problema, ya no son los 42 kilómetros sino el tiempo. Es mucho. Nosotros hacemos unas cinco horas. Hay un momento en el que la preocupación no es sólo la distancia, sino que es mucho rato. El niño se pone en posturas un poco antinaturales. Hay un momento en el que yo me vuelco sobre el carro de Pablo. Vuelco mi peso en él. Y siempre hay alguien que me dice: ‘¿Quieres que te quite el carro?’. ‘¡No, no, no!’, les digo. ‘Porque si lo quitas, me caigo’. En esos momentos, mi hijo y yo somos uno”.

La felicidad de Pablo se vuelve absoluta: no hay nadie que se la pase mejor que él cuando sale a las calles. “Como padre, cuando ves disfrutar tanto a tu hijo, no hay dolor ni cansancio. Nosotros contamos los kilómetros hacia atrás: 41, 40, 39… porque vamos aproximándonos a la meta”.

José Manuel desconoce cuántas carreras más podrá correr con Pablo. Hasta ahora, van seis maratones, de 2014 a 2016. Pero algo determinante hubo en el primer medio que hicieron: aquella vez, los acompañó Maite, su esposa. Y con ella, la decisión de intentarlo se hizo más fácil. “Cuando llegamos a la meta, le dije: ‘¿y si corremos el maratón?’. No me dijo nada.

El problema que enfrentaban era la falta de inscripciones, agotadas para ese primer año. “Resulta que, dos días antes, nos encontramos con un sitio en el que sorteaban cuatro números de corredor. Había que subir una fotografía a una página y, entre las seis más votadas, se iba a hacer un sorteo para definir a los ganadores. ¿Qué problema había? ¡Que el sorteo vencía ese mismo día!”. Semanas antes, cientos de personas participaron, sumando votos. No había mucho que perder.

Entonces, José Manuel subió una imagen con Pablo, en una carrera, y le escribió a los pocos contactos que tenía. En unas cuantas horas, por más desventaja que hubiera, ganó la votación.

Para nosotros, Pablo es un ángel. Con él aprendes a definir lo que es un problema y lo que es una tontería, o simplemente algo que te tuerce un poco. Aprendes la dimensión de cada cosa. Y llegas a la conclusión que vivir y sufrir no son valores incompatibles, ni mucho menos. Cuando yo corro, no corro por nada. Más que por Pablo. No soy un atleta, sino un padre”.

Los pasos de Pablo han ido también a cuestiones sensoriales. La primera vez que ocurrió fue en el segundo maratón de ambos, en Madrid 2014, por ahí del kilómetro 35. Iban hacia una esquina, subiendo, mientras enfrente había una valla. Los niños suelen ponerse ahí, para que los corredores les choquen la mano.

Yo lo hacía siempre, pero Pablo no. Faltaban 15-20 metros para aproximarnos y me arrime a la orilla, gritándole a Pablo: ‘¡Choca, Pablo, choca, Pablo!’. Pablo levantó la mano, yo no daba crédito, y la chocó con tres personas. Juraba que lo había hecho a propósito. A partir de ahí, lo siguió haciendo. En Nueva York, donde yo no hablaba inglés, yo deseaba que la gente me entendiera. Le gritaba a Pablo ‘¡Give me five, give me five!’ y también lo hizo. Ha interactuado hasta ese límite con la gente. Es algo difícil de explicar”.

Por más distancia y esfuerzo, los padres de Pablo han recibido el respaldo de los médicos para seguir haciendo lo que le gusta. “Los niños como él, tienen el grave problema de relacionarse con las personas que le rodean. A nivel emocional, sensorial, de interacción, el beneficio es incuestionable. Porque, al final, Pablo, un niño que tendría que estar metido en sí mismo, entre cuatro paredes y una silla de ruedas, que nunca dará un discurso ni va a decir ‘papá’, sea capaz de transmitir tanto… es increíble”.

Hoy, Pablo tiene 18 años. Su historia ha sido considerada en España, para ganar el Premio Princesa de Asturias de los Deportes, concedido a aquella persona o institución que ha conseguido nuevas metas en la lucha por superarse a sí mismo. Pero más que eso, la lección se la ha dado a sus padres.

Lo normal es que los hijos sean quienes nos superen. En el caso de Pablo, todo apunta a que no va a ser así. Y, sin embargo, el hecho de poder vivirlo con esta serenidad es algo que no se consigue en ningún lado. Yo daría, no sé cuánto, por escucharle decir alguna vez ‘papá’, pero tengo un motivo extra para querer ir al cielo. Pablo es un hombre, a lo que todos aspiramos a ser. Nos ha enseñado que lo verdaderamente importante son cuatro cosas en este mundo: ser sencillo, sincero, tener capacidad de amar y perdonar. Pero sobre todo una: que los milagros existen”.

José Manuel terminó el magisterio, en 1987. En su preparación como profesor, estudió sobre educación especial, con dos principales temas: autismo y parálisis cerebral. La vida lo estaba preparando de alguna manera, para recibir a Pablo. Pero él entonces no lo sabía.