Editoriales

Rector con visión nacional| David Ed Castellanos Terán

La designación del rector de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, Dámaso Anaya Alvarado, como vicepresidente de la sexagésima tercera sesión ordinaria del Consejo de Universidades Públicas e Instituciones Afines (CUPIA), no es un nombramiento menor ni una palmada institucional; es el reconocimiento tácito de que la UAT se ha transformado en un actor con voz, voto y visión en el complejo escenario de la educación superior en México.

En un país donde la educación pública lucha por reinventarse ante recortes presupuestales, desigualdad territorial y agendas políticas encontradas, el liderazgo de Anaya Alvarado ha mantenido a la UAT navegando con dignidad, sin que su timón tiemble. Lo que ocurrió en el campus Ensenada de la Universidad Autónoma de Baja California es un parteaguas que confirma que nuestra casa de estudios ya no sólo observa, ahora participa y construye políticas nacionales.

No basta con formar profesionistas, hoy las universidades tienen que ser generadoras de propuestas, guardianas del pensamiento libre y constructoras de tejido social. Dámaso Anaya entiende eso. Su discurso no se quedó en la retórica, sino que enfatizó lo fundamental: cooperación, pertinencia, innovación y compromiso social. Cuatro ejes que deberían ser los cimientos de cualquier reforma educativa.

En un país con más de 30 millones de jóvenes, muchos de ellos sin acceso a una educación de calidad, el trabajo de los rectores, reunidos en el CUPIA, cobra otra dimensión. El mensaje es claro: si no hay inversión en el pensamiento, no habrá desarrollo posible.

Y aunque es fácil criticar desde las gradas, hay que reconocer cuando alguien se atreve a levantar la mano en los espacios donde se toman decisiones de fondo. El rector tamaulipeco lo hizo, y su presencia en el CUPIA no es una casualidad, es consecuencia de una gestión seria, cercana a la comunidad estudiantil y sobre todo, con visión estructural.

En la intimidad… A veces hay que bajarse del podio para mirar de frente al ciudadano de a pie. Y eso hizo el alcalde Armando Martínez Manríquez cuando se plantó frente a los manifestantes que en días recientes sacaron su enojo a la calle. No cualquiera lo hace. No todos tienen ese valor, esa osadía que puede rayar en la terquedad, pero que también comunica liderazgo.

El edil cometió un error: dejó que le quitaran a uno de sus operativos más eficaces, alguien que conocía las entrañas de un sistema hídrico en crisis y que sabía nadar en aguas políticas turbias sin hundirse. No diremos su nombre, no hace falta. Lo cierto es que su salida abrió la válvula de un enojo ciudadano que ya se venía cocinando.

Las manifestaciones no son el problema, son el síntoma. Hay un descontento, hay un reclamo, pero también hay un gobierno que, aunque se ha tropezado, sigue de pie. Y en política, como en la vida, lo que cuenta no es solo no caer, sino saber levantarse con dignidad.

La postura del alcalde es valiosa, porque no se esconde. Pero deberá corregir el rumbo, porque lo que está en juego ya no es un cargo, es la confianza de la gente.

Y esa, como el agua, cuando se va, cuesta mucho trabajo recuperarla

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